El cuerpo que tiembla

Ciudad de México, 14 Marzo.- El problema simbólico del estereotipo de belleza comienza con la construcción de un ideal, un maniquí que, por artificial, resulta inalcanzable, incluso por las mismas modelos que suelen ser las poseedoras del canon.

La inmovilidad idealizada que promueven –mediante, por ejemplo, manipulaciones digitales que pretenden corregir los defectos del cuerpo respecto a la versión homogénea de lo bello– las agencias de modelos, las clínicas de cirugía estética, la publicidad de los productos cosméticos, etc; es contraria al cuerpo. Inmovilidad que nada tiene qué ver con las poses, que suelen ser mecanismos positivos en cuanto coreografía o pautas que ayudan al cuerpo a superar sus propios límites gestuales.

El cuerpo tiembla, el maniquí es rígido como una estatua que corresponde al monumento de lo “ideal”. Supongo que, contra eso, hay que erigir monumentos con vida, con tiempo. Monumentos que tiemblen. Monumentos de uno mismo, pero continuos. Que conmemoren lo que es real, lo que es aquí, lo que es ahora.

El cuerpo nace, por lo tanto es natural. El maniquí se fabrica, por lo tanto es artificial. Para la sociedad de consumo lo ideal es artificial, es decir, lo que no es. Lo ideal–artificial conlleva un precio, inalcanzable en tanto producto de obsolescencia percibida, por lo tanto negocio. El temblor de lo real–natural no tiene a-precio, no tiene un valor en el mercado de consumo. Lo artificial una vez obsolescente se desecha, lo natural simplemente morirá.

La est-ética de las imágenes del cuerpo (incluso en la publicidad) debe corresponder al monumento de la memoria no de lo ideal sino de lo real. No de lo que se desecha, sino de lo que muere. Entonces tiene sentido la memoria, aquello que nos recuerda que temblamos porque estamos vivos. Monumentos que tiemblen, monumentos vivos de lo que está vivo aquí y ahora.

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